Y, de nuevo, vuelve a hacer frío. Tras unos días en los que las temperaturas se asentaron en los 20 grados, la llegada de noviembre nos ha devuelto a la cruda realidad del otoño y del final de año. Hace frío, los cuerpos están destemplados y no queremos resfriarnos (y mucho menos coger otras enfermedades que circulan sin control), así que nuestra reacción es la de subir la temperatura de la calefacción de nuestro coche al máximo para estar calentitos.
Craso error. No debemos abusar de la calefacción en el coche (ni en nuestra casa). Y no lo decimos solo por el considerable aumento del consumo, el coche tarda unos minutos en dar aire caliente pues necesita que el motor y los sistemas estén calientes; sino por los efectos que tendrá en nuestro cuerpo pues, una temperatura alta, especialmente a determinadas horas del día, nos va a generar sopor y sueño.
Así, no son pocas las veces que desde la DGT, y otras entidades relacionadas con la automoción como AECA-ITV, han señalado que la temperatura idónea a la que debemos regular la calefacción de nuestros coches está entre los 19 y los 22 grados. Sí, puede parecer una temperatura algo escasa, sobre todo cuando tenemos frío, pero es la idónea.
Esta temperatura logrará que nuestro se caliente en su justa medida. Nos quitará el entumecimiento muscular y las posibles dificultades de movilidad por estar fríos. Pero no será demasiado alta por lo que no nos entrará el sopor habitual de cuando hay demasiado calor en el ambiente. El peligro en este punto está quedarte dormido al volante.
Otra recomendación para estas situaciones es la de no orientar las salidas del aire hacia nuestro cuerpo. Notará las diferencias entre zonas y puede provocar que unas zonas suden mientras otras se mantienen frías. Así, la mejor opción cerrar las toberas del salpicadero y centrar esta calefacción en nuestros pies para que desde aquí suba por nuestro cuerpo y se esparza por todo el habitáculo.