El nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, mantuvo una reunión ayer con los altos mandos de las tres gigantes de Detroit: Ford, General Motors y Chrysler.
El objetivo era buscar maneras de aumentar la producción y el empleo en Estados Unidos bajo amenaza de crear aranceles a la importación. El encuentro terminó con buenas palabras de todos, pero sin concretar cómo se llevarán a cabo los planes.
En la misma mesa se sentaron Mark Fields, CEO de Ford Motor Company; Mary Barra, CEO e General Motors; y Sergio Marchione, CEO del Grupo Fiat Chrysler.
Según se ha podido saber, Trump pretende potenciar la producción de vehículos en el país. Esta fue una de sus grandes proclamas en campaña. De hecho, se quejó mucho de la importante producción que las marcas estadounidenses mantienen en otros países, especialmente México. Sus intenciones pasan por devolver esta producción a Estados Unidos, algo que terminaría por generar empleo en el país, según entiende.
El presidente encontró el beneplácito por parte de los dirigentes ante estas intenciones de mover la producción. De hecho, alguna marca ya ha empezado a cambiar sus planes de producción e inversiones para próximos años. Para ello prometió una serie de incentivos y beneficios fiscales.
Sin embargo, como bien dijo Sergio Marchionne al término de la reunión, no se ha concretado cómo se realizará este incentivo ni de qué manera les comprometerá a las propias marcas.
Trump pretende que se creen nuevas fábricas en suelo estadounidense puesto que entiende que últimas plantas se construyeron hace mucho tiempo. La realidad es que las últimas plantas de Ford y General Motor allí levantadas datan 2004, mientras que Chrysler construyó una planta de cajas de cambios en Indiana en 2014.
Pero estas intenciones no son tan fáciles de cumplir. Según ha destacado el portavoz de una de las compañías que ayer estuvieron presentes en la reunión, construir una nueva fábrica necesita de un periodo mínimo de cuatro años. Este periodo excedería la primera legislatura de Trump. Y, además, se necesita de una inversión milmillonaria.
Por lo pronto, Ford ya ha suspendido los planes de construir una nueva fábrica en México, en San Luis de Potosí. En cambio va a ampliar su fábrica de Flat Rock, donde construye el Mustang, y desde intentará crear su primer vehículo autónomo de producción en serie.
Trump volvió a referirse a la posible inclusión de un arancel del 35 % en la importación de coches llegados desde otros países, sobre todo desde México. Aunque tampoco señaló cómo lo hará ni cual es la fecha límite para instaurarlo.
Pero las peticiones no llegaron solo de un lado de la mesa. Los fabricantes solicitaron reducir los objetivos de la normativa de vehículos ecológicos impuesta por Barack Obama, predecesor de Trump, para 2025. En esta se pretende una importante reducción de consumos y emisiones en los motores de los vehículos, algo que requiere una importante inversión en tecnología y en I+D+i.
Trump prometió rebajar esta normativa y flexibilizar los objetivos. Pero nuevamente quedó en el aire cómo quedará esta nueva normativa.
Al mismo tiempo, las automovilísticas agradecieron la retirada de Estados Unidos del Tratado Comercial del Pacífico, por el que entienden que la industria local quedaba en desventaja ante las de otros países incluidos en este. Entienden que tienen un coste de producción inferior con lo que sus productos resultan más económicos en el mercado.
Habrá que ver cómo afectará esto al intercambio de productos, y a sus precios. Los propios fabricantes se beneficiaban de este tratado para fabricar fuera de Estados Unidos, con la reducción de costes que ello les supone, y tener libertad para importarlos posteriormente.
El nuevo presidente ha llegado con la promesa de aumentar el empleo en el sector. Pero lo cierto es que en la era Obama se crearon 78.000 nuevos puestos de trabajo en las líneas de producción, y que el pasado lunes Chrysler redujo sus plantillas en las plantas de Ohio y Michigan en 2.000 personas.