Con los ecos de la bajada de los límites de velocidad máxima de las ciudades de 50 km/h a 30 km/h resonando aún en los oídos, analizamos algunos de los bulos y leyendas urbanas que corren sobre la velocidad. Y es que, bajar la velocidad máxima no supone una mayor densidad de tráfico ni genera más distracciones y por tanto más situaciones de peligro.
Esta máxima no se cumple siempre, por no decir que son muy pocas las veces que se produce. Sí que es verdad que al reducir la velocidad aumenta el tiempo del viaje, pero de forma despreciable. Pasar de 100 km/h de máxima a 90 km/h apenas añade unos minutos a nuestro desplazamiento, algo que es comprensible que no nos apetezca aunque el aumento en la seguridad vial hace que merezca la pena.
De hecho, esta bajada de los límites ha ayudado a reducir el número de accidentes en nuestras carreteras. Al circular más despacio la distancia de frenado es inferior algo que ayuda a evitar la colisión con otros vehículos en caso de frenazo brusco.
Además, diversos estudios apuntan a que es la conducción agresiva de algunos conductores, a base de acelerones y continuos cambios de carril, la que genera los atascos. Reducir la velocidad supone que los conductores circulen más relajados evitando este tipo de comportamientos agresivos.
La primera parte de la frase es cierta. No hay posibilidad de objeción. La implementación de sistemas de seguridad activa y pasiva, especialmente tras la llegada de muchos sistemas electrónicos que reaccionan antes que el conductor ante un posible accidente y una vez se ha producido este, han ayudado a reducir los daños de los ocupantes del vehículo en caso de siniestro.
Sin embargo, la velocidad sigue siendo un factor determinante en las consecuencias del accidente. No es lo mismo sufrir un colisión a 70 km/h que a 100 km/h, o a 100 km/h en lugar de 150 km/h. En todos los casos, por ejemplo, intervendrá el airbag, la frenada de emergencia y otros sistemas de seguridad, pero las consecuencias para el conductor serán mucho más graves en el último caso que en el primero. No podemos confiarnos pensando que el coche nos va a salvar la vida.
Muchos consideran que las bajas velocidades generan aburrimiento en el conductor y que eso es lo que realmente motiva las distracciones al volante. Pero la realidad es que hoy día, con el nivel de comodidad e insonorización que tienen los vehículos el conductor apena va a notar la velocidad ni el ruido aunque circulemos a altas velocidades.
En realidad, las distracciones están originadas por la propia disposición del conductor y no por el nivel de velocidad. Quien quiera hablar por teléfono o comerse una chocolatina lo hará independientemente de la velocidad a la que circule. Por ello, lo que realmente hace falta en esta situación es una mayor concienciación por parte del conductor de que deben conducir de una forma correcta.
¿Cuántas veces hemos escuchado eso de que en una recta es imposible salirse? Pues es un completo error. Es precisamente en estas rectas en las que más tendemos a distraernos, dejar de atender a la carretera, y a aumentar la velocidad. Y el resultado de girar unos grados el volante es el de salirse de la carretera. Solo unos segundos sin mirar la carretera suponen ya muchos metros con el coche circulando de forma descontrolada. Así, cuando volvemos a mirar a la carretera, resulta reconducir la situación ni evitar el accidente.
La DGT señala que en 2017, el 37 % de los conductores sufrieron un accidente sin ningún otro vehículo implicado, algo que se tradujo en casi 400 fallecidos.