Hace unas semanas se confirmaron los planes del Gobierno para bajar la velocidad máxima de nuestras ciudades, con puntas de 30 km/h aunque habría calles restringidas a 20 km/h mientras que otras se mantendrían con el límite actual de 50 km/h. El objetivo es reducir la siniestralidad en las calles así como el número de fallecidos, especialmente en lo concerniente a los atropellos, pero, ¿cómo afecta esto a nuestro coche? Analizamos las piezas que más sufrirán circulando a baja velocidad y sus posibles averías.
El trabajo de algunas piezas no es el mismo circulando a una velocidad de crucero alta y sostenida que a una baja y en la que has de cambiar de marcha continuamente por los semáforos y las propias incidencias del tráfico urbano. Aquí habrá que cambiar mucho de marcha y esto llevará a algunos a revolucionar en exceso sus mecánicas antes de dar paso a la siguiente velocidad.
Así, el primero de los componentes que sufrirá es el embrague. Tendrá mucho más trabajo pues a una máxima de 30 km/h tendrá que trabajar continuamente entre la primera y la tercera velocidad (los modelos automáticos con cambios de 7 y 8 velocidades podrían llegar hasta la quinta velocidad a esta velocidad tan temprana).
No será una pieza fácil de reparar pues para arreglarla o cambiarla hay que levantar todo el motor y exige muchas horas de mano de obra. Dependiendo del modelo y el tipo de caja, la reparación podría ir desde los 500 euros hasta los 2.000 euros.
Otro elemento que habrá que tener en cuenta es el filtro de partículas, uno de los encargados de rebajar las emisiones que salen por el tubo de escape. Solo trabajan como corresponde cuando han cogido una temperatura determinada. Al circular a baja velocidad tardarán más en registrar esa temperatura, aunque en muchos recorridos urbanos podría no registrarla nunca y por tanto no cumplir con su función.
El propio sistema está pensado para trabajar con una temperatura inferior a la que necesita, en caso de que así lo necesitara, algo que aumentaría el consumo de carburante, por lo que podría limpiar el sistema de forma algo forzada. Sin embargo, este proceso se interrumpirá si el conductor llega a su destino y apaga el motor. Entonces el trabajo del filtro de partículas fallará con el peligro de que el sistema pueda colapsar.
Y, aunque el sistema está pensado para reducir la contaminación, la solución a esto llegaría saliendo a la carretera y conduciendo durante varios minutos, algo que conlleva una inversión de tiempo por nuestra parte (que no deberíamos tener que hacer) y un gasto de gasolina (al que tampoco deberíamos estar obligados). Eso si no se rompe. Dependiendo del sistema, la reparación de este podría llegar a los 3.000 euros, aunque también se pueden dañar las paredes de los cilindros, el catalizador y aumentar el gasto del aceite.
El último punto que surge en este análisis es el aumento de la contaminación. Circulando a velocidades bajas tendremos que circular con las primeras marchas. Y son muchos los conductores que revolucionan en exceso su vehículo, muy por encima de las 2.000 rpm recomendadas, antes de cambiar de velocidad.
Es ahí donde se mostrará un aumento de contaminación que se sumará al que podría llegar con un filtro de partículas en mal estado. Y esto sucederá en un momento en el que se pretende descarbonizar el ambiente de las ciudades.
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Lo que sospechaba, los coches no están pensados para circular por la ciudad